Con el gozo de haber sido tan fecundo el Pontificado de Benedicto XVI. Con la alegría que no ha fallecido el Santo Padre, pero con la pena y el dolor de desaparecer de la vida activa de la Iglesia, recojo el sentimiento de la Iglesia en estos momentos.
Que como, peregrino, encuentres ahora en esa cima de tus sueños, el
descanso y la paz que, estos ocho años de inmenso cayado, no te
permitieron disfrutar con gozo.
Que como, peregrino, más allá de los muros que rodean tu frágil
persona sientas el fulgor y el brillo de la estrellas y que, en cada una
de ellas, veas el destello de la oración y el recuerdo de los que,
desde esta otra orilla del mundo, estamos contigo:
¡No estás sólo! ¡Nosotros, con tu oración de peregrino, tampoco!
Que como, peregrino, cambies ahora el calzado de la preocupación por
el de la contemplación, el de la responsabilidad por el de la quietud,
el del reloj hacia los demás por el de las horas para Dios.
Que como, peregrino, puedas contemplar cara a cara tantos signos de
la presencia de Aquel sobre el cual tanto has escrito, amado, defendido y
hablado con diligencia:
¡El Señor!
Que como, peregrino, dejes a un lado aquello que resultaba pesado, agobiante o incomprensible en tu caminar petrino.
Que como, peregrino, nos ayudes en tus últimos compases por esta vida
a ser esa orquesta bien armonizada en la que, todos, podemos dar una
nota afinada y, en la que no siempre, contribuimos con lo mejor de
nosotros mismos.
Que como, peregrino, nos ayudes –con tu silencio y sacrificio- a no
perder de órbita esa ruta de puentes y de estrellas, de mares y de ríos,
de música y de belleza que nos habla y nos descubre los signos de la
presencia de Dios.
¡Descansa, Benedicto XVI! ¡Descansa y deja a un lado tu cayado gigante y pesado!
Que, si tú eres peregrino, no es menos cierto que nosotros también lo
somos y que, también como tú, antes o después, estamos llamados a
recorrer una última etapa por esta complicada tierra.
Ojala, buen peregrino, sepamos hacerlo de la misma forma y sensibilidad que tú: estando con Dios y mirando a Dios
¡DESCANSA!
Fuente: Francisco Javier Leoz Ventura-revistaeclesia.com